21 octubre 2005

Inteligencia. ¿Es posible crearla?


Acabo de leer algunos artículos en los que sus autores debaten acerca de si pueden o no pensar los ordenadores. En algunos puntos de esta acalorada discusión he tenido que apartar la vista del texto y volver a retomar el documento algún párrafo más adelante, y es que los autores se adentran en cuestiones que escapan a mi conocimiento, y otras que aun entendiéndolas no les encuentro el sentido.

Ante la pregunta "¿Pueden pensar los ordenadores?", la respuesta más visceral es un NO rotundo. Aceptamos que los ordenadores ejecuten programas que les han sido instalados, y que algunas de esas aplicaciones sean más avanzadas que otras, pero de ahí a que puedan pensar o sean seres inteligentes, existe un largo camino. Este debate, (como cualquier otro), tiene un final complicado, puesto que no sólo hay que llegar a un acuerdo sobre la existencia de una “inteligencia artificial”, sino que primero debe existir este mismo acuerdo respecto al constructo inteligencia. Está claro que dependiendo de la definición que tomemos la respuesta será distinta.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, Inteligencia tiene varias acepciones:

1) Capacidad de entender o comprender.
2) Capacidad de resolver problemas.
3) Conocimiento, comprensión, acto de entender.
4) Sentido en que se puede tomar una sentencia, un dicho o una expresión.
5) Habilidad, destreza y experiencia.
6) Trato y correspondencia secreta de dos o más personas o naciones entre sí.
7) Sustancia puramente espiritual.

Si descartamos, para el caso que nos ocupa, las dos últimas y la cuarta, todavía nos quedan cuatro definiciones para elegir. En el artículo de John R. Searle, el autor argumenta que los ordenadores no serían inteligentes si adoptásemos la primera y la tercera acepción recogida en el diccionario. Sin embargo, creo que la mayoría de nosotros seríamos unánimes a la hora de aceptar que los ordenadores sí resuelven problemas, tienen esa capacidad (otra palabra controvertida). En este sentido serían inteligentes, además tendrían habilidad, destreza y experiencia para ciertas cosas. Pero hasta aquí no hemos resuelto nada, seguimos como al principio.

A mí me gusta la siguiente definición de inteligencia: Capacidad para resolver problemas y adaptarnos a las demandas de un medio ambiente cambiante. Y considero fundamental la segunda parte de esta definición, tanto, que sería desde esta posición desde la que me costaría más aceptar que los ordenadores sean inteligentes.

Comparo a un ordenador con una persona, pero no con cualquiera, sino con pacientes cuyo lóbulo frontal se encuentra dañado. Puede parecer sorprendente, pero un niño autista a menudo se identifica a sí mismo y a su memoria con un ordenador. Tienen una memoria magnífica, su capacidad para retener imágenes en la mente es increíble, igual que a la hora de acceder a estos recuerdos. Como si se tratara de un moderno DVD algunas personas autistas dicen poder seleccionar una escena de su mente y comenzar a reproducirla con todos sus detalles, detalles que para nosotros resultarían totalmente irrelevantes. Además de esto, pueden seguir reglas si éstas están lo suficientemente claras y especificadas. Ahora bien, son esclavos de un ambiente invariable (rutinario), a menudo tienen problemas en sus interacciones, les cuesta tomar decisiones, planificar una secuencia de acciones, no comprenden las metáforas, la ironía o el doble sentido, y la única empatía que son capaces de mostrar la han memorizado y mecanizado de forma que responden con la misma rígida fórmula a partir de algunas cuantas claves relevantes (cuidado con la generalizaciones que empleo aquí, tengamos siempre presente que cada persona es un mundo).

Oliver Sacks cuenta en una de las historias de “Un antropólogo en Marte” como un chico autista, con una destreza asombrosa para dibujar edificios, le saludó en una ocasión después de varias semanas sin verlo con un “Hola Sacks” efusivo, algo que logró conmoverlo hasta que comprobó decepcionado que el mismo tono y la misma expresión fueron utilizadas para saludar a otra persona que el chico no conocía y por tanto, por la que no debería sentir ningún tipo de afecto especial.

Así veo yo a los ordenadores, incapaces de tomar decisiones, porque como dice el artículo de Ramón López de Mántaras Badia, tardarían muchísimo en estudiar todas las opciones posibles. Utilizan la lógica: Todos los A son B; Todos los B son C; Luego todos los A son C. Pero no me los imagino utilizando heurísticos.

Los ordenadores no comprenden la ironía, las metáforas, no tienen iniciativa, no son capaces de rectificar (ser flexibles), no tienen preocupaciones, ni remordimientos, etc. Las personas tienen menos capacidad de almacenamiento, son más lentas a la hora de manipular datos formales y emitir una respuesta correcta, pero pueden utilizar atajos, a veces se equivocarán y otras no, pero así hemos sobrevivido a lo largo de tantos milenios.

No sé si los ordenadores podrán pensar algún día, ni siquiera puedo negar que lo hagan ahora, pero como Searle dice, una cosa es la semántica y otra la sintáctica, una cosa es resolver problemas mediante algoritmos y otra muy distinta desenvolverse cómodamente en un mundo cuya complejidad no es reductible a meras fórmulas matemáticas.


06 octubre 2005

El Parkinson, una vecina misteriosa.

La enfermedad de Parkinson (EP) es una enfermedad prácticamente conocida por todos. Para la mayoría de nosotros la palabra Parkinson está inexorablemente unida a temblor, al que otros, más “entendidos”, añaden rigidez, lentitud de movimientos, inclinación y rostro inexpresivo.

Se considera propia de la tercera edad, una alteración que suele aparecer en torno a los 60 años, sin embargo puede presentar también un inicio temprano (anterior a los 45 años).

Hasta ahora seguro que no he desvelado nada que no conocierais, pues bien, debo decir desde ya que seguiré sin hacerlo porque de eso precisamente trata el escrito de hoy. De lanzar hipótesis sin esperar respuesta, porque al parecer, en este momento, no existe solución para este interrogante, al menos no existe la solución, aquélla que no tiene excepciones y complace a todos.

¿Y cuál es ese gran misterio que subyace a esta familiar enfermedad?

En realidad el mismo misterio que comparten la mayoría de las patologías que tratamos los psicólogos, su causa.

Si buscamos en un manual especializado aparecerán en los primeros párrafos dedicados al trastorno esas dos palabras compartidas por tantas alteraciones psicológicas: etiología multifactorial, a continuación se nos desarrollarían brevemente cada una de las posibles causas hipotetizadas como responsables del origen de la enfermedad, por ejemplo: las genéticas, la hipótesis de un origen infeccioso (descartada para algunos), el envejecimiento cerebral normal, los traumatismos y, los agentes tóxicos internos o los externos.

Tal y como está el panorama, sería una locura comprometerse con una sola de las alternativas presentadas arriba, sin embargo, la última opción ha despertado mi interés de manera singular. Desde que vi este verano aquel documental titulado “El enigma del Parkinson”, en el que se planteaba esta hipótesis y se aportaban datos en su defensa, me puse a investigar sobre el tema de los agentes tóxicos ambientales y el Parkinson y hallé, a veces, cosas contradictorias (como que el tabaco parece proteger contra la enfermedad, mientras que otras plantas y semillas pudieran estar implicadas en el inicio del trastorno).

También que la tasa de prevalencia de la EP parece ser mayor en ambientes rurales; que la mejor forma de inducir un estado de “parkinsonismo” en el laboratorio es utilizando sustancias tóxicas; que de todo un equipo de televisión que rodaba en Vancouver, entre quienes se encontraba el actor Michael, J. Fox, 4 miembros desarrollaron esta enfermedad; y lo que parece haber dirigido de nuevo el interés de los investigadores hacia esta hipótesis ambiental planteada en 1.966 por O. Sacks, el hallazgo de un estado muy similar al acontecido durante el padecimiento de la enfermedad en personas que habían estado consumiendo heroína sintética, concretamente la sustancia más potente parecía ser la MTPT (una toxina neurtóxica que destruye las células de la sustancia negra, y que una vez fuera de nuestro organismo continua la degeneración celular).

Una de las fugaces protagonistas del documental era una mujer que por la razón señalada antes entró en un estado de “letargo” que le incapacitaba incluso para hablar. Lo más sorprendente fue observar su antes y su después de la intervención, el transplante de células sanas en el lugar de las dañadas, que restablecieron la función normal de ese área cerebral afectada. De esta forma la paciente pudo abandonar la silla de ruedas en la que había permanecido durante años, recuperar su tono muscular y erguirse, e incluso volver a hablar.

Con ella y otros muchos pacientes “ex - consumidores de cocaína sintética”, este tipo de tratamiento se ha mostrado radicalmente eficaz, sin embargo, no todo es optimismo, pues la duda ahora es si la misma intervención resultaría igual de bondadosa para “otras formas de Parkinson”.

Muchas voces dentro de la psicología y fuera de ella critican ese interés por “localizar” y “determinar” todo lo concerniente a un trastorno, argumentando que nuestro deber es curar, no investigar. Sin embargo, los que ya me conocéis sabéis que huyo de planteamientos reduccionistas, principalmente porque creo que adoptar este tipo de postura me impediría conversar con todo aquel que dijera lo contrario, (con lo que mermarían mis oportunidades para seguir creciendo), por tanto, me intereso por los orígenes del Parkinson porque creo que dada la variedad de potenciales factores etiológicos, cada “forma” de enfermedad (aunque siempre hablemos de la misma), podría necesitar un abordaje diferente; como cualquier persona que comparte una misma situación con otras miles en el mundo y, sin embargo, su problema sigue siendo único.