28 febrero 2006

Consciencia Vrs Conciencia


Por casualidad ayer oí que muy cerca de mi casa alguien había atropellado a un ciclista y se había dado a la fuga. La fuente que me confirmó la noticia más tarde no pudo garantizarme las consecuencias que dicho accidente tuvieron para el ciclista, pero todo parece apuntar a que el atropello resultó mortal.

En el hospital veo a un paciente que despierta gran interés en quienes nos acercamos a él. Le tenemos un cariño especial y es que él es sobre todo así, especial. Le llamaremos T, un hombre muy correcto que cada día nos saluda al llegar y al salir de la consulta con un formal apretón de manos. Una persona encantadora que nos hace reír con sus chistes y ocurrencias, pero que también nos enternece con sus intentos y frustraciones. Él sabe que está, cognitivamente hablando, más limitado que antes y, por tanto, hay tareas que ahora se le resisten y es tan exigente consigo mismo que repite en casa aquello con lo que ha tenido mayor dificultad durante la visita, de forma que el siguiente día que lo vemos muestra una sonrisa picarona en la cara que espera que le pidamos que se enfrente de nuevo a la tarea para mostrarnos que ahora sí que es capaz de hacerlo. Se esfuerza tanto en mejorar que en 6 meses ha conseguido aquello que otros no logran nunca.

Justo después del accidente no paraba de hablar, su lenguaje verborreico y su nerviosismo impedían aprovechar las primeras visitas a la consulta, así hasta que conseguimos que permaneciera sentado y que obedeciera a la orden de: “T, cállese un momento, por favor”. Luego comenzamos a trabajar la escritura, primero copia, después dictados, y por último escritura espontánea. De una letra ininteligible y con grandes dificultades de ejecución, ahora tiene una de las caligrafías más bonitas que he observado. Sigue presentando algunas dificultades en abstracción, le cuesta hablar de aspectos globales de un objeto o situación, se centra en los detalles más concretos; así si le pides que defina un coche perfectamente podría decirte: “¡Sí hombre!, mi hija tiene uno verde precioso y no veas lo bien que va”. Nosotros insistimos, “T, tienes que definirlo de forma más general, por ejemplo, decirnos para qué se utiliza, cómo funciona, por dónde se mueve, etc”. T responde: “Bueno pues se utiliza básicamente para desplazar a las personas, y básicamente se utiliza para eso, vamos creo yo”. “Muy bien, pues defínenos ahora un león”. “Jajajajaja, ¿un león? Pues hay un chiste muy bueno de un león que dice...”

Nada, vuelve a hacerlo, en este punto tiene su asignatura pendiente. Ayer cuando lo despedía sentí una extraña tristeza, me invadieron unas ganas enormes de salir a buscarlo y decirle que se animara, que es un hombre de una gran fortaleza (aunque él diga que “débil de corazón”), que no se rinda, que es admirable su constancia, sus ganas, su empeño. Quería felicitarle por todo esto, pero ya se había marchado. Reservé esa sensación de presión en mi pecho para un momento más adecuado y proseguí con mi día, pero pronto la presión se transformó en algo mucho más doloroso cuando M me dijo que a T lo atropelló una moto que se dio a la fuga. Hoy, un año después de aquello seguimos sin saber quién conducía aquella moto. Si T hubiese tenido la oportunidad de saberlo, hubiese encontrado a la única persona capaz de responderle por qué.

T despierta en nosotros un raro instinto de protección, duele imaginarlo en medio de la calle abandonado, despidiéndose de una parte tan importante de sí mismo. Aquella parte que, por fortuna, a él le permite continuar con su vida sin pensar un solo día en su verdugo. Quizás éste último piense más en T de lo que quisiera.